Entre el mes de marzo y el de abril, en ENTC nos propusieron esta fotografía de René Maltête, que en principio parecía muy evocadora. Después fue más difícil de lo que parecía salir de ese balcón a pesar de la imagen sugerente de la alfombra. Aunque el final no acababa de convencerme, el relato obtuvo premio y se coló en la lista de los nominados, con opción a repesca para entrar en el libro.
Ultramarinos
María Micaela Mansuelli aprendió a volar. Desde que empezó a trabajar en casa de los Bonavides, tenía su habitación terminada antes de que despuntara el alba. Después recogía las alfombras del salón de fumar, las de la biblioteca, las del comedor de los señores, las más pequeñas, y las sacudía, una a una, colgadas del barandal de forja del balcón de calle. Subía y bajaba el sacudidor de mimbre con un aleteo armónico, cada vez más rápido. Primero con la derecha; luego con la izquierda. Batía los brazos con la cadencia del oleaje contra la rocalla, con la fuerza que desata la tempestad, con la rabia que provoca la ausencia. Y se elevaba. Por encima de pueblos y ciudades, de bosques y selvas, de picos y cordilleras. Por encima del mar. Hasta alcanzar lugares comunes de otro tiempo, calles que corría cuando niña, no hacía tanto. La casa de su madre, la habitación del fondo en la que durmió un día; en la que esperaba el pequeño Néstor, cada noche, el aliento cálido que terminara de arroparle. Con la última mota de polvo plegaba sus alas y devolvía las alfombras a su sitio, mientras velaba el sueño de su niño.
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