Dédalo Ignacio J. Borraz es un perfecto maestro de ceremonias del que parten multitud de iniciativas para fomentar la creación literaria en cualquiera de sus facetas. Una de ellas, dentro del evento Me suenan tus letras, es la del Doremicros, en su vertiente presencial o viajera, para los que no somos de Barcelona, esta última significa una excelente oportunidad de compartir relatos con otros escritores. Esta ha sido mi propuesta sobre: la importancia de lo mínimo.
Un día casi normal
Julia sale del instituto a las dos en punto. Sale con sus amigas. Visten todas el mismo uniforme: un suéter verde, una blusa blanca, unas medias verdes, una falda a cuadros. Avanzan por la calle jalonada de acacias. En primavera los pájaros se arremolinan en sus copas a cantar su celo, los capullos se arraciman en torno a las ramas a punto de reventar. El viento toca una melodía suave con un rozar de hojas. Pasan coches. Algunos paran para recoger a las chicas. Serán los padres, o el servicio. Es un colegio privado. De los caros. Cada vez quedan menos estudiantes por la acera sombría. Soportan las mochilas con soltura. Van y vienen, esperan a los chicos o se alejan de ellos. Los chicos también visten todos de la misma forma: pantalón gris, camisa blanca, suéter verde. Se mezclan y se vuelven a disgregar. Se forman parejas. Se pueden leer miradas cómplices. Juegan. Se tocan. Se escuchan voces y risas. Su energía adolescente embriaga las aceras. Julia cruza una calle y se pierde a la derecha. Como siempre. Los pocos que quedan gritan su nombre a modo de despedida. Ya no se verán hasta mañana. Aunque hablarán por wasap. Julia sonríe y se ajusta la mochila antes de atravesar el parque que la separa de su casa. Son las dos y veinte. Otra vez se le ha olvidado comprar el pan en el horno de la esquina. Pero no se va a volver. Le puede la pereza. Está nublado y el olor de la atmósfera anuncia que la lluvia no tardará en caer. Un perro se acerca a olisquearla mientras su dueño juguetea con el móvil. Julia retrocede. No le gustan los perros. Le dan miedo. Tranquila no hace nada, quieto Toby o Boby o Rory, no entiende bien lo que dice el dueño, pero el perro se para y ella sigue su camino. Papá compra el pan, le habla a su teléfono, se me olvidó coger dinero, y pulsa enviar mensaje. Un grupo de chavales más mayores fuman porros alrededor de uno de los bancos de madera. Hablan alto y tienen puesta, en uno de sus iphones, música reguetón, también bastante alta. Pasa a su lado sin mirarles. No te preocupes ya lo compro yo; hoy como en casa; espérame si quieres y comemos juntos. Tres toques seguidos le avisan del mensaje. Piensa en su padre, en lo rápido que conduce, en que enseguida estará en casa. El cielo se pone negro de repente y suena un trueno inesperado. Todavía no llueve pero todos se ponen a correr. Los chavales del iphone, el perro con su dueño. Los compañeros de Julia que todavía no han llegado a sus casas, su padre. También Julia. Siente entonces el impacto de una gota en su brazo, una sola. Gorda. Fría. La que inaugura en su piel la primavera, la que hace que el vaso se rebose.
*En esta edición resultó ganador Palabrita del niño Jesús de Juan Cabezuelo, segundo clasificado Obsolescencia programada de Javier Puchades y tercero Basado en hechos reales de Ángel Ramón la Rosa bondía
Imagen tomada de la red |
Qué maravilla, siempre deseando leerte bro'
ResponderEliminarLo que es una maravilla es haberte conocido... muchísimas gracias hermanita!!!
ResponderEliminarBsssss!!
Un día está compuesto de pequeños momentos, cada uno es un universo en sí mismo que, si se hace así de bien, merece contarse.
ResponderEliminarUn abrazo, Juancho
Y en cualquier momento tu vida puede dar un giro de 180º. Muchísimas gracias Ángel. Un fuerte abrazo!!
EliminarUn relato que atrapa. Fantástico.
ResponderEliminarMuchas gracias Marta!!!
EliminarUn beso grande!!!