Carl Størmer era un joven estudiante de fotografía que en 1890 tomaba fotos espontáneas con la ayuda de una cámara oculta, en secreto, a las personas que pasaban por la calle, al azar.
Ana Vidal nos trae este Viernes una de estas fotos para que escribamos una historia, también con nuestra particular cámara oculta.
Ana Vidal nos trae este Viernes una de estas fotos para que escribamos una historia, también con nuestra particular cámara oculta.
La casa Suikerbuik
Las hermanas Suikerbuik odian la misa de domingo y las partidas de bridge en casa de los Leenards. Detestan el olor a vinagre de los patios de vecinos y a las moscas que revolotean alrededor de las caballerías. Se declaran enemigas del viento que les arranca los sombreros y arruina sus peinados; de los hombres que se abren recelosos a su paso con el espanto clavado en sus mejillas; de los canapés de queso con endibias y del cóctel Margarita antes de la cena. Las hermanas Suikerbuik siempre tienen prisa. Corren a su casa en las afueras, evitando el atrevimiento de la chiquillería, dando el esquinazo a las miradas torcidas que pueblan las ventanas. Ya al abrigo de los gruesos muros que conforman la casona dieciochesca que las nombra, se despojan de la incómoda ropa que las viste, del maquillaje que las afea y avejenta, de las horquillas que esclavizan sus cabellos. Cuelgan de la percha de su alcoba el apellido impostado que les sirve de coartada, y en penumbra, mientras se arrancan con apremio las enaguas, se asoma a sus pupilas una pasión alejada del incesto.
Las hermanas Suikerbuik odian la misa de domingo y las partidas de bridge en casa de los Leenards. Detestan el olor a vinagre de los patios de vecinos y a las moscas que revolotean alrededor de las caballerías. Se declaran enemigas del viento que les arranca los sombreros y arruina sus peinados; de los hombres que se abren recelosos a su paso con el espanto clavado en sus mejillas; de los canapés de queso con endibias y del cóctel Margarita antes de la cena. Las hermanas Suikerbuik siempre tienen prisa. Corren a su casa en las afueras, evitando el atrevimiento de la chiquillería, dando el esquinazo a las miradas torcidas que pueblan las ventanas. Ya al abrigo de los gruesos muros que conforman la casona dieciochesca que las nombra, se despojan de la incómoda ropa que las viste, del maquillaje que las afea y avejenta, de las horquillas que esclavizan sus cabellos. Cuelgan de la percha de su alcoba el apellido impostado que les sirve de coartada, y en penumbra, mientras se arrancan con apremio las enaguas, se asoma a sus pupilas una pasión alejada del incesto.
Ellas, con su mundo, ya tienen bastante.
ResponderEliminarUn abrazo, lagarto creativo
Un mundo secreto y prohibido, todavía hoy en casi todo el mundo. Gracias Ángel, siempre presente!!!
ResponderEliminarAbrazo enorme!!