La sombra de Tom Waterhouse |
Street art
Ayer soñé con Banksy. Fue un sueño repentino, fugaz, traicionero. Me quedé dormido en un restaurante del centro, un instante, entre la comanda y el primer plato. No sabría precisar si me despertó el camarero con su llegada o si fue el aroma de la sopa el que me devolvió a la vigilia. Levanté la vista, parapetado tras el vaho de crustáceos que subía desde el plato, por si descubría, desde las otras mesas, miradas indiscretas o socarronas que se regocijasen a costa de mi ocasional desliz. Nada. Ni siquiera un comentario mordaz o una sonrisa pícara que indicaran que había sido descubierto por quien acababa de servirme. La merluza en salsa verde llegó enseguida y nada más dar cuenta de ella, el flan de la casa se encontraba bailando en mi presencia. Es probable que los responsables del restaurante hubieran decidido que mis ronquidos perjudicarían su negocio, o simplemente quisieran dejar mesas libres para los clientes que esperaban en la barra. Así que pagué y me fui enseguida. Llovía. Abrí el paraguas. Yo también estaba deseando salir a estrenar el espray negro, el que había comprado para pintar la baranda del balcón, sobre las paredes mojadas de la ciudad.
Ayer soñé con Banksy. Fue un sueño repentino, fugaz, traicionero. Me quedé dormido en un restaurante del centro, un instante, entre la comanda y el primer plato. No sabría precisar si me despertó el camarero con su llegada o si fue el aroma de la sopa el que me devolvió a la vigilia. Levanté la vista, parapetado tras el vaho de crustáceos que subía desde el plato, por si descubría, desde las otras mesas, miradas indiscretas o socarronas que se regocijasen a costa de mi ocasional desliz. Nada. Ni siquiera un comentario mordaz o una sonrisa pícara que indicaran que había sido descubierto por quien acababa de servirme. La merluza en salsa verde llegó enseguida y nada más dar cuenta de ella, el flan de la casa se encontraba bailando en mi presencia. Es probable que los responsables del restaurante hubieran decidido que mis ronquidos perjudicarían su negocio, o simplemente quisieran dejar mesas libres para los clientes que esperaban en la barra. Así que pagué y me fui enseguida. Llovía. Abrí el paraguas. Yo también estaba deseando salir a estrenar el espray negro, el que había comprado para pintar la baranda del balcón, sobre las paredes mojadas de la ciudad.
Hola, Juancho, me he permitido nominar tu blog para el Blogger Recognition Award 2018 como podrás leer en mi blog http://elarcondelasmilcosas.blogspot.com/2018/10/nominada-al-blogger-recognition-award.html
ResponderEliminarSaludos