Este viernes, de alguna manera, nos pide Ana Vidal que hagamos un desnudo. Ella no lo ha dicho así, aunque yo así lo he interpretado. No es difícil, los lagartos estamos acostumbrados a mudar la piel de vez en cuando.
La elegíaca enajenación del zángano
El espíritu del vino juega conmigo. Me cita en su bodega de fantasmas de piedra y memorias de araña. Me atrapa con sus trampas de buhonero, con sus frascas de torrente y sus tintes de Burdeos. La sangre de la vid se mezcla con la mía. Sueño con gotas de rocío y lunas de limón, con Baco ofreciéndome a las ninfas que habitan debajo de las hojas, con placeres de otoño y pieles de mujer. El espíritu del vino me enloquece y me lleva de la mano, esposados como dos enamorados que se acercan sin remedio al precipicio, trago a trago, vaso a vaso, mientras beso, en las celdas que tapizan de dulce la colmena, el aguijón soberano de la reina.
El espíritu del vino juega conmigo. Me cita en su bodega de fantasmas de piedra y memorias de araña. Me atrapa con sus trampas de buhonero, con sus frascas de torrente y sus tintes de Burdeos. La sangre de la vid se mezcla con la mía. Sueño con gotas de rocío y lunas de limón, con Baco ofreciéndome a las ninfas que habitan debajo de las hojas, con placeres de otoño y pieles de mujer. El espíritu del vino me enloquece y me lleva de la mano, esposados como dos enamorados que se acercan sin remedio al precipicio, trago a trago, vaso a vaso, mientras beso, en las celdas que tapizan de dulce la colmena, el aguijón soberano de la reina.
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