martes, 27 de octubre de 2015

Taller exprés de género negro.


Hace unos días un grupo de gentes a las que nos gusta escribir caminamos de la mano de Marcelo Luján, autor de Subsuelo entre otras novelas, por la senda abisal de la negrura. Fueron tres horas intensas, ricas en palabras, en las que seguimos su luz, pero en las que también descubrimos que hay una claridad en cada uno de nosostros. He recorrido varios talleres de escritura y siempre me sorprende la cantidad de gente que escribe, que escribe muy bien sin necesidad de haber aprendido a hacerlo en ningún sitio. Leyendo mucho y robándole horas al sueño para confeccionar historias. Me quedo con eso, con lo aprendido no solo del maestro, sino de quienes toman sus lecciones también. Y con la seguridad de, en cada estación, haber descubierto algún nuevo genio que, lo más probable, nunca publique un libro.

Esta es la historia que salió de unas consignas que planteó Marcelo :

- Narración en tercera persona
- Un niño en una cesta de una esquina de una ciudad con una papel en el que pone: "No lo quiero".
- Tres personas confluyen ante este niño. Pueden ir juntas o separadas, conocerse o no.
Hubo muy buenos cuentos, diferentes todos, pero dignos de ser leídos, lástima que no tenga manera de enseñároslos.
Este es el mío...


Punto de encuentro


No hace frío. De las farolas escapa una luz mustia que compite con el primer sol del día, aún profundo. Los domingos la ciudad languidece y las camas se convierten en un monstruo voraz que se resiste a soltar su presa. Arde entre bambalinas el crepúsculo, incendia el aire en una resaca cómplice que recupera las sombras, que perfila poco a poco las imágenes. Los gatos liberan las aceras para continuar con sus cacerías y romances en lugares más discretos. No siempre es fiesta para todos. Se abre el telón de la miseria, comienza el drama. Una claridad cada vez más nítida rescata de entre las sombras una estampa. En una canasta de mimbre patalea un niño. La arritmia con la que mueve sus párvulas piernas descoloca la ropa que le cubre. Comienza un gimoteo estéril, de aprendizaje, que no provoca reacción alguna en una esquina que ha visto de todo. Un fardo, un bulto impreciso, una bolsa de basura, un desecho insignificante en un ciudad cíclope que se despereza. Hay que acercarse mucho para desentrañar misterios en donde siempre se mira de reojo, o toparse con ellos sin querer. Solo los muy curiosos y los necesitados se embarcan a la busca del tesoro. A Mario la noche se le ha hecho demasiado larga, tanto que ni siquiera la recuerda entera. Sus pasos confunden al suelo firme, que a duras penas consigue atajarlos, hasta que cae, como llovido del cielo, sobre el pequeño que rompe a llorar. Un punto de encuentro, un vórtice remoto, un imán polarizado en el que acaban por confluir Cosmin, que se acerca alarmado pero con cuidado de preservar el chelo que transporta a sus espaldas, su más preciado bien, y Leire, que corre diligente a echar una mano, a ayudar en lo que pueda, siempre solícita y fresca, como está, recién levantada. Cosmin, sin desprenderse de su pesada mochila, ayuda a Mario a levantarse que, incapaz de mantener el más mínimo idilio con la verticalidad, camina hasta apoyarse sobre una pared por la que se deja resbalar hasta quedar sentado. Leire se agacha, casi se arrodilla, en acción de gracias. Rescata con celo aquella alhaja de su barco de mimbre, su Moisés. Tal vez sus oraciones hayan servido para algo: «No lo quiero», alcanza a leer en un papel arrugado, que flota sobre el pequeño colchón que cubre el fondo de la nave. El bebé se calma, gorjea como un pájaro. La ternura inunda los ojos de Cosmin, lo transporta a otro lugar, a otro tiempo, no hace tanto, hasta que ve, al final de la calle dos violines y un viola que demandan su presencia para conquistar juntos las arterias principales de la urbe. Los días de fiesta los euros vuelan más libres que nunca. Se excusa con la mirada evitando descubrir su pésimo español, mientras se aleja escucha la voz de la mujer: «lo llevaré a la comisaria», miente, y él, sin saber que ha dicho, se aleja soportando el peso del recuerdo.



Robert Frank:
Imagen de Robert Frank

4 comentarios:

  1. Una historia urbana triste, intensa y tierna. Qué duro ese "no lo quiero".
    Un abrazo, autor de culto

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    1. Con las premisas que puso el maestro y con lo que me gusta a mí una tragedia... se agradece la exageración ;) Gracias amigo. Un abrazo!!

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  2. Qué gran relato, maestro. Cada línea es mejor que la anterior. Corona de laureles para vos.

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    1. Uf, maestro, si lo único que hago es aprender un poco cada día... me alegro de que guste, eso sí. Muchas gracias!!!!! Besosssss!

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