Esta es la propuesta para hoy de Fernando Vicente:
Seguro que hoy esperabais que presentáramos una imagen terrorífica, pero os proponemos construir vuestras historias a partir de una foto casi bucólica de Rodney Smith.
Yo he intentado dar un poco de miedo, no demasiado, a ver si lo he conseguido...
Caza Mayor
Cuando abatimos al cartero, nos prohibieron
salir de cacería. Antes, para que su muerte no hubiera resultado inútil, enterramos
su cuerpo al lado de una encina. Desmontamos la bicicleta con la que hacía el
reparto y la arrojamos al lago, pieza a pieza, con la fuerza de dos cíclopes. Nos
enternecimos con la lectura de algunas de las cartas que no pudo entregar y
descubrimos, en otras, secretos que hubieran hecho sonrojar a sus destinatarios de haber sabido que habían sido vulnerados. Todas sin remedio fueron pasto de
las llamas que anidaban en nuestra chimenea, aunque algunas, todavía hoy,
permanecen en nuestra memoria. Todas menos una, pero eso entonces yo no lo
sabía. Ante la desaparición del funcionario, la policía hizo pocas preguntas y,
terminadas las pesquisas, concluyeron que lo más probable es que hubiera huido
con una mulata de ultramar con la que mantenía una correspondencia clandestina.
A salvo se sospechas, mamá ordenó que todos los rifles y demás armas de fuego de nuestra casa, permanecieran
bajo llave y nos comunicó que ella personalmente se haría cargo de su custodia.
Desde entonces papá permanecía triste y abatido. Si le proponía algún juego
siempre decía que no, y solo le apetecía jugar al ajedrez. Pasaba mucho rato
ensimismado entre cada movimiento, hasta el punto de que si me iba a la cocina o a
tirar piedras al lago o a revolver los cajones de las habitaciones, al regresar todavía no había movido ninguna ficha. Fruto de una de estas
incursiones encontré una misteriosa carta que papá escondía en el fondo de uno
de los cajones de la mesa de su despacho. Dirigida a mi madre, la firmaba
alguien con un nombre que me resultaba desconocido. Decía cosas muy bonitas y
le llamaba «amor mío». Hablaba de cuanto la echaba de menos y de las ganas que
tenía de volver a verla. Escuché la puerta. Era papá. Escondí la carta con
torpeza, me creí sorprendido. Sin embargo un brillo casi olvidado iluminaba sus
ojos. Me agarró de la mano y corrimos. Decía entusiasmado que volveríamos a
cazar. Recuperamos los trajes blancos de montería y los salacots que habíamos
guardado en el armario del recibidor y rescatamos dos cazamariposas que había
descubierto en un baúl olvidado del desván. Me contó que a partir de ahora solo
cazaríamos mariposas, que las conservaríamos escondidas en el invernadero y que
cuando tuviéramos suficientes aprovecharíamos que mamá estuviera dormida para
devolverlas a su estómago, para restituir aquel enjambre que, cuando empezaron
a enamorarse, confesaba que sentía aletear en su interior. Eso o forzar la
cerradura de la armería.
Qué precioso y qué bien escrito... la verdad que la foto es chulísima también, siempre hay muy buenas imágenes los viernes y yo nunca recuerdo esta iniciativa en la que me apetece un montón participar. ¡A ver si el próximo! Abrazos, Lagarto!
ResponderEliminarEnhorabuena Luz, he tenido el privilegio de escucharte en radio 4. Gracias por la visita y por tu comentario, el próximo viernes intento avisarte. No tienes facebook, verdad? Bueno, ya me apañare. Yo no siempre participo, pero siempre me apetece. Besossss!!!
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