Los Viernes Creativos de Ana Vidal:
Cruce de caminos
Ni siquiera lo hacía por dinero. Había noches que ni le cobraba las tres o cuatro carreras que pudiéramos hacer. Pero aquella chica me producía ternura. A pesar de su descaro. A pesar de su saber desenvolverse con tipos que le doblaban el peso y la edad. Tenía la cara de un ángel y el verbo de un demonio. Tal vez lo hiciera por un equivocado sentimiento de protección, por dar cobijo a aquel ser desamparado que me llegó como caído del cielo. O por mi talante de voyeur. Follamos, claro; más de una vez. Pienso que era su manera de agradecerme lo que nunca tuvo la intención de pagarme con dinero. Aunque yo me sentía pagado con lo que me ofrecía el retrovisor. Con su imagen especular retorciéndose de un placer fingido, pero que a mí me valía. Con sus pechos, todavía incipientes, restregándose contra los mofletes carnosos de sus clientes. Con su mano quitándose los restos de semen de la cara; con sus braguitas de encaje sobre el reposacabezas. Muchos pensaban que yo era su chulo. O que era un padre que se dedicaba a prostituir a su hija. Otros que tal vez fuéramos un par de enamorados obligados a hacer aquello por dinero. Lo cierto es que los dos disfrutábamos con ello. Desde la primera noche; desde que la casualidad le llevó a mi taxi con aquel pardillo. Desde que conectamos nuestras miradas en el espejo. La misma esquina. Siempre. Muchas veces los mismos tipos. Las mismas posturas que me excitaban sin remedio. Estuvimos así, en perfecta simbiosis, hasta que desapareció una madrugada de invierno; en la misma encrucijada.
Imagen de Ryan Weidman |
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