domingo, 18 de febrero de 2018

Un viernes guardado en un cajón que quiso entrar en la Microbiblioteca. Tanja Jeremić.

Tal y como explica el título de esta entrada a la levita, la imagen de Tanja Jeremić, que nos regalo Ana Vidal en uno de sus viernes, me inspiró este cuento que pensé en su momento podría tener opciones para competir en la biblioteca. No obtuvo premio, pero me sigue pareciendo interesante. Tal vez yo como autor, no le vea defectos que son evidentes y que seguro que tiene. Si os apetece hacer un comentario podéis abrirme los ojos. No tomaré represalias. 

Pertenencias

Tenía una ventana de espaldas a la noche; la sombra de un gato que partió un buen día a buscar sus otras vidas; el paquete de tabaco recién empezado de su último marido, —era tan malo para todo como para inventar excusas—. Las uñas despintadas y un traje de chaqueta con el que acudir a las entrevistas de trabajo. O recibir a las visitas. Aunque nunca consiguió encontrar trabajo. Ni recibir visitas. Tenía una bola de cristal en la que solo se veían nubes, nubes todo el rato, pasar empujadas por el viento. Tenía la cara pintada de olvido y ondas en el pelo. Tenía el corazón rayado a boli y mil historias que contar; cien hojas escritas en el fondo de un cajón y una luna nueva que colgaba del techo; el alma desnuda y los pijamas transparentes. Tenía química en la sangre y un frasco mediano de farmacia en la basura. Tenía ganas de seguir. Y de acabar también. Todo eso tenía Tatiana Taïs el día de su muerte. Todo eso, y al lado de la puerta, una maleta vacía de esperanza.

Tanja Jeremic

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